Tengo un pequeño dilema, y es que no sé si prefiero los finales felices o los que no lo son. De pequeña, casi todo lo que escribía acababa en tragedia. Creo que lo hacía por dos razones: porque impresionaba más, y especialmente escribiendo eso a esa edad, y también porque me parecía más realista. En la vida no todo acaba bien. De hecho, es casi más frecuente vivir o encontrarse con historias que se truncan al final que con maravillas que duran para toda la vida.
Pero es que justo por eso no sé qué prefiero. ¿Un final bueno, que me haga soñar un rato y olvidarme de que eso en la vida real es prácticamente inalcanzable? ¿O uno malo, que refleje la realidad y no dé falsas esperanzas a nadie?
Supongo que al final me quedo con los dos. Según cómo de emocionantes o cómo de tristes sean, dependiendo de qué cuenten, cómo lo hagan y lo creíbles que sean, ambos pueden estar bien. Quiero finales bonitos que parezcan tan de verdad que me devuelvan la esperanza... y otros tan trágicos que me preparen por si el sueño que me han regalado los bonitos no se llega nunca a realizar.