Hasta las cosas que a veces parecen más evidentes son relativas. Pocos dudarían al decir que lo mejor es ser joven. Tener vitalidad, fuerza, no enfermar casi nunca, verse uno guapo, con la piel tersa, lozano... Pero eso sólo está así de valorado porque la vida es como es.
Una persona vieja y arrugada no suele gustar o suele parecer más fea porque está asociada al final de la vida, a la muerte, a algo que a nadie o a poca gente le gusta ni le apetece enfrentar. Pero, ¿qué pasaría si la vida fuese como en aquella película y fuésemos al revés?
Naceríamos viejos y hechos unas pasas, e iríamos haciéndonos jóvenes con la edad. La gente ya no se preocuparía por tener arrugas, sino que lo haría cuando las fuese viendo desaparecer. La putada no sería encontrarse una cana, sino pelos de un color vivo y brillante. A las mujeres ya no nos molestaría tener un pecho flácido o caído; de hecho, nos preocuparíamos cuando empezase a ponerse firme y turgente, y a los hombres no les sentaría mal estar calvos, sino que se alarmarían cuando el pelo les empezase a crecer.
Y siendo así, es muy probable que una persona joven como la concebimos ahora no nos atrajese. Sería un recuerdo andante del futuro que nos espera y que no queremos conocer, como lo son los ancianos en realidad. Es una de las razones por las que la belleza es tan relativa.