Muchas veces hablas con otra persona para contarle aquello que te ocurre, pero en realidad es como si hablases solo. Y no es porque el otro no te escuche o te preste poca atención, sino porque tú no haces mucho caso a lo que él te dice.
Quieres soltar todo lo que te ha pasado y que alguien más lo sepa, pero sólo te interesa lo que te digan si te es favorable. No quieres una opinión, ni subjetiva ni objetiva, de un observador ajeno a lo que sucedió. Quieres que te confirmen lo que tú piensas, y si no lo hacen ignoras aquello que te digan.
Así es como tantas veces necesitamos a otros aunque sólo sea para repetirnos las cosas ante un público que las comparta con nosotros. De ese modo, sólo conseguimos reafirmar nuestras propias impresiones, apartándolas de una posible muerte a manos de los ojos de otro.