A veces nos encontramos con situaciones un tanto complejas en las que no sabemos cómo comportarnos con los demás. Y es que tener demasiada información sobre lo que piensan ellos no siempre es lo mejor.
Cuando te enteras de que a alguien le gustas, o cuando otro se entera de que te gusta a ti; cuando descubres que alguien tiene una enfermedad, o cuando otro descubre que estás enfermo tú; o simplemente cuando te desnudas ante alguien u otro lo hace ante ti. En esos momentos, cuando cambia la relación que tenías con la otra persona, no siempre sabes cómo reaccionar. Tratarlo con normalidad se hace casi imposible, pero intentas disimular, haciendo aún más evidente que la nueva situación te incomoda.
Y cuanto más lo piensas peor lo haces. Menos normal es todo, más violentos son vuestros encuentros y menos cómodo te sientes con el otro, con lo que, si puedes evitarlo, lo haces. Ésa es una de tantas maneras de perder a las personas. Por eso en realidad lo mejor es hacer como si no pasara nada. Hacer naturales cosas que en realidad siempre lo han sido, pero a las que no estamos acostumbrados.
Así, al final, hay veces en las que, cuando se duda qué se debe hacer, es porque no hay que hacer absolutamente nada que no hayamos estado haciendo ya. Con el tiempo, lo extraño se vuelve cercano. Y en realidad sólo hace falta eso: tiempo.