Nació conmigo, o yo con él. Rara vez hemos estado mucho tiempo separados, y por eso no creo que vaya a perderlo nunca de vista, aunque todavía no pierdo la esperanza.
Lo he visto en muchos sitios y de muchas formas. Con mil caras y cientos de voces diferentes. Apareciendo en los días más tranquilos o invadiendo las noches menos turbias. Y cuando entra en escena lo arrasa todo, no deja nada en pie. Ni siquiera el oleaje que lo hizo llegar. Ni él, ni mucho menos yo, que parece que lo extrañe cuando se marcha, pues con su partida me deja sola, triste y vacía.
Lo tiñe todo de un rojo que luego no se va del todo, y así estoy ahora, toda llena de rojeces que con los años en lugar de aclararse se oscurecen. Porque la sangre cuando se seca casi se convierte en negro y eso es lo que él quería: llevarme a su lado oscuro y arrinconarme sin salida, para que nunca escape. Para que viva el resto de mis días esclava de él. De ese demonio que se apodera de mí y me convierte en marioneta.
Pero seré más lista. Al final le acabaré engañando y seré yo quien lo acabe encerrando. No puedo matarlo porque ya es parte de mí, pero tampoco puedo dejar que me domine cuando le venga en gana. Así viviremos los dos, pero la que estará en paz seré yo, por fin.