Me gusta la gente sencilla que a la vez es compleja. Lo mejor de las personas suele ser conocerlas. Esos momentos en los que tienes mil y una dudas sobre el otro que vas resolviendo poco a poco con cada encuentro.
A algunas personas se las conoce pronto. Lo bueno apenas dura. En un par de semanas ya no sabes de qué hablarles, y sea así o no, tienes la sensación de que, por más veces que os veáis, no te van a decir nada nuevo ni capaz de interesarte demasiado. Tal vez dependa del grado de compatibilidad entre unos y otros, o del interés que cada uno le ponga.
A otras personas, sin embargo, no se las termina de conocer nunca. A veces frustra, porque se hace difícil confiar en alguien a quien no conoces del todo, y estar junto a una persona de la que no sabes si fiarte, por mucho que hayas pasado con ella, no termina de ser agradable. Pero por otra parte no terminas nunca de perder el interés. Cada día puedes descubrir algo nuevo y más apasionante de esa persona. Con ella no te quedas sin conversación ni se te terminan los temas, y no os veis obligados a aguantar la incomodidad de los silencios cuando son más largos de lo que uno espera.
Así pues, la gente compleja en su mundo interior se me antoja más interesante, pero también me gusta que sea sencilla. Sin mentiras, sin dobles sentidos, sin máscaras.