Para algunos, los compromisos que contraemos con nosotros mismos son los peores. Y es que total, cuando quedamos con alguien en cualquier cosa, nos vemos obligados a cumplir y lo llevamos todo más o menos al día, pero, por algún motivo, a nosotros nos tenemos menos respeto y no somos tan estrictos en el cumplimento de nuestro deber.
En el lado contrario, cuando la responsabilidad es de otro, nos es más fácil perdonarle el desliz. Sin embargo, a nosotros mismos no nos los perdonamos tan alegremente.
He ahí el problema de asumir contratos con uno mismo. Por unas cosas o por otras, por defecto o por exceso, al final después nunca se cumplen.
Es ventaja e inconveniente a la vez: la responsabilidad parece disiparse, pero para llevar a cabo cualquier proyecto dependemos de los demás y de su grado de compromiso.