jueves, 9 de julio de 2009

Ésta soy yo...

No soy como parezco. Prácticamente todo es mentira. Juzgo a las personas. A veces incluso, cuando el juicio resulta negativo, las desprecio. Me siento superior a muchos, y cuando eso no sucede con algunos, me vuelvo loca buscándoles defectos que me hagan sentirme menos insignificante, como si no supiera que aun de esa manera –o más aún de esa manera- sigo siendo pequeña a su lado. Yo también siento celos, y envidia, y a veces incluso deseo que a otro se le tuerzan las cosas para, como tonta, sentirme un poco mejor al comprobar que no soy la única a la que no le sale todo bien. No tolero en los demás las mismas cosas que yo hago, y cuando algo se empieza a remover en mi conciencia le doy tantas vueltas como sean necesarias para encontrarle una justificación en la que, muchas veces, ni siquiera había pensado cuando hice lo que sea que ahora me reconcome. No me gusta mentir, pero sí que oculto a veces la verdad, diciéndome a mí misma que no es lo mismo, aunque sepa que a veces puede ser incluso peor. También juego con las palabras para obtener de los demás lo que yo quiero, cuando es algo que no está bien que quiera y me da apuro confesarlo. No soy muy normal, pero a veces me esfuerzo en serlo aún menos, porque no soporto la idea de ser lo que soy: una más. Y ni siquiera me creo que no sea especial…

Supongo que todo eso es bastante más normal de lo que se supone que yo soy. Pero no me gusta… No sólo porque me agrade destacar, o intentarlo, sino porque esas cosas que me hacen una humana más me dan realmente asco. No quiero ser juez, quiero dejar libres a los demás como también yo creo que merezco ser. No me gusta odiar determinadas cosas, a ciertas personas o algunas formas de ser, pero cuando se me enciende esa especie de llama en el pecho me siento incapaz de apagarla. Y sí que desprecio, como me desprecio a mí misma en ocasiones, porque tampoco me escapo de mi propia maza. No me aguanto cuando niego lo buenos que son los que son mejores que yo. Ni cuando me siento menos de lo que en realidad pienso que soy o que debería ser, sólo por ser yo. Detesto ponerme celosa, especialmente cuando no tengo derecho, o cuando los celos me los despierta alguien a quien yo no quiero de esa forma… y también odio cómo trato de demostrar que yo no tengo por qué envidiar nada de nadie, porque en realidad tampoco es tan malo que lo haga sanamente, pero a mi maza hasta eso le parece deleznable. Lo peor es cuando envidio algo que yo misma podría tener y no tengo por mi perezosa manera de ser o por lo cómoda que soy. A veces me gustaría gritar que en realidad soy tan estúpida como esos que me lo parecen a mí. Me gustaría ser más sincera de lo que realmente soy, pero a mí también me da miedo perder a los demás por culpa de pasarme de honesta, y me callo cosas que tal vez no debería. No me aguanto. No soporto el uso que hago de mi arma más poderosa: el lenguaje, pero es que sin él yo apenas soy alguien.

En realidad sólo soy una persona corriente que se niega a serlo. Una gota de agua en un océano que quiere sobrevivir en la arena, pero que carece de lo necesario para conseguirlo. Una gota que se está secando, que se va a secar… por negarse a reconocer lo que realmente es. Por tener la esperanza de ser como le gustaría. Y lo peor es que, a pesar de todo esto, me sigo creyendo diferente y sigo confiando en que algún día seré esa gota que logró vivir entre granos de arena.

Por eso… No me admires. Ni siquiera un poquito.