Se supone que a las personas nos disgusta entrar en lo que la psicología dio en llamar disonancias cognitivas. Es decir, en teoría, si nuestro pensamiento o nuestras ideas van por un lado y nuestra conducta por otro, no nos vamos a sentir bien y trataremos de darle a todo las vueltas que hagan falta hasta conseguir que todo encaje. Por eso mucha gente llega a justificar cosas aparentemente injustificables: porque reconocer que actuaron mal les supone tal malestar que buscan la manera de reducirlo, aunque ésa sea a todas luces absurda.
Yo creo que hay gente que no se molesta tanto cuando lo que piensa y lo que hace no coinciden. Y lo creo porque mucha gente tiene muchos principios de boquilla que luego se evaporan a la hora de transmutarse en actos. Eso o, sencillamente, lo que difiere es lo que a ti te dicen que piensan y lo que piensan de verdad.
Desde luego, vengan las incoherencias de algunas personas de la falta de preocupación o de la mentira deliberada, soy incapaz de entenderlas. En el primero de los casos, porque yo, personalmente, necesito explicarme las cosas y hacerlas en base a algo firme y que -al menos para mí- tenga sentido, y en el segundo porque ninguna razón me suele parecer lo suficientemente poderosa como para mentir, y menos aún sobre lo que uno piensa.
De todos modos, incluso la gente que tiene con frecuencia disonancias cognitivas con respecto a algo también me parece un poco rara: me parece que, si realmente te preocupa ser consecuente con lo que dices, piensas y haces, y no mientes a los demás ni a ti mismo, es complicado que te veas en tal encrucijada.