Se sienta. Parece que apenas pueda sostener las bolsas con esas manos tan delicadas, pero lo hace con toda la fuerza que es capaz de reunir. Es delgada, y su apariencia tan frágil que da la sensación de que su pequeño cuerpo esté soportando incluso el peso de su vestimenta. Su cara, su cuello, sus manos... Todo ha sido invadido por las arrugas, así como sus cabellos son ahora del color de las nubes: un blanco tan radiante que no parece de verdad.
Se levanta. Deja paso a otra señora, de aspecto bastante menos envejecido pero que se mueve torpemente, de una forma que sugiere alguna clase de deterioro. Ahora ambas van sentadas, y el acompañante de la segunda mujer se queda de pie delante de su compañera.
- Ya está, -dice él- si todo tiene solución...
-Todo menos la muerte -añade la anciana de brillantes cabellos.
Es curioso oír esa palabra saliendo de esos finos y arrugados labios. La muerte... Me pregunto qué debe pensar acerca de ella esa señora, que presumiblemente la tiene tan cerca o, por lo menos, es en ella más evidente que en muchos otros. O cómo se debe sentir, teniendo preservadas sus facultades, ante otra mujer más joven que no.
Me intriga. ¿Estará tranquila por cuándo aquello suceda o se la comerá su conciencia por mil cosas que pudo o debió hacer y no hizo? Debe ser muy frustrante que a uno le ocurra lo segundo. Supongo que cada día que pasa es uno que tenemos para tratar de evitarlo.