Hay veces en que una no debe sentir algo que siente. Es complejo poner cadenas a un sentimiento y muy discutible que sea realmente necesario hacerlo, pero alguna vez que otra he llegado a la conclusión de que era lo mejor y he tratado de hacerlo... sin éxito.
Cuanto más intentas reprimir algo con mayor fuerza te empuja... Así que al final decidí soltarlo y dejarlo correteando por mi jardín privado, rodeado por una valla lo suficientemente alta como para que otros no pudieran verlo sin mi permiso y que fuese a la vez capaz de contenerlo para que no se escapase y campara a sus anchas por donde, al menos yo, pensaba que no debía.
Se hace duro de esa forma, pero al final se cansa de correr y te deja un poco en paz. No sé cómo me habría salido de otra manera, pero esa fue la que encontré y la que me acabó sirviendo. Ya no tengo miedo de que se descontrole, pero por si acaso sigue ahí encerrado... Y la valla, sólo por si las moscas, la he electrificado, para no tener disgustos.
Supongo que por eso hace apenas unos días algo empezó a oler a quemado... La seguridad funciona. Lo que detesto es que tenga que ponerse en marcha...