Es increíble... La de veces que tiene una que tropezar con la misma piedra para aprender. Creo que al final todas se ven recompensadas cuando de pronto, un día, te das cuenta de que has logrado esquivar un error que se te resistía.
Es una pena si te paras a pensar en todo lo que salió mal o todo lo que perdiste mientras aprendías la lección, pero hay que aceptar que es ley de vida. Nadie nace sabido, y una lo más que puede hacer es intentar aprender de sus errores tan pronto como pueda, aunque hay cosas que tardan más que otras...
A mí me ha costado veinticinco años aprender a moverme cuando es necesario... Cuando de verdad lo es... Y, también, darme cuenta de cuándo lo es y cuándo no: si se trata de la salud de otro siempre es necesario. Dicen que más vale prevenir que curar, y qué afortunada es la analogía con la enfermedad, pues en ese ámbito, cada segundo que pierdes es uno que gana la patología.
Ahora toca una parte más sencilla pero igualmente o incluso más importante: no olvidar lo aprendido... Y seguir así evitando las máximas piedras del camino.