Somos intérpretes. Todos, en algún momento, nos vemos tratando de descifrar qué quieren o qué piensan los demás a partir de lo que dicen lo de lo que hacen. Sí, sería más sencillo si simplemente cada uno dijese lo que siente, pero sabemos que eso casi nunca es así.
Ocultamos siempre algo. Casi nadie quiere ser transparente. Casi nadie puede ser transparente, y por eso sabemos que es probable que tampoco puedan serlo los demás. Pero por mucho que nos empeñemos en tapar ciertas cosas, siempre acaban saliendo a la luz de la forma más inesperada. Sueños, posturas, ataques repentinos de ira, miradas, sonrisas, indirectas... Lo malo es que casi nunca hay dos iguales.
Nos pasamos la vida traduciendo un idioma que aún ni se ha inventado. Uno que escriben cientos de personas cada día y que pocos son capaces de leer. De todos modos es divertido jugar a interpretar, aunque equivocarse haciéndolo no lo sea tanto... Pero pocas veces acabamos por saber si estábamos o no en lo cierto, y ojos que no ven... hostia que te das. Las que nos damos a diario por no saber interpretar... y las que les damos a los demás poniéndoles difícil que nos entiendan a nosotros.