jueves, 11 de junio de 2009

Nervios

Supongo que es normal que la gente que no se pone nerviosa, o que no lo hace de la forma en que lo hago yo, no entienda por qué me pasa lo que me pasa. Ni siquiera lo sé yo.

Ahora, al menos, es más fácil que al principio. Con los años mi cuerpo debe haberme cogido algo de cariño y me trata un poco mejor, pero antes, cualquier pequeño cambio en mi rutina era susceptible de hacerme pasar una semana entera sin comer. No podía, y si lo hacía, lo vomitaba todo.

Eso, cómo no, repercute en tu estado general, ya que no sólo es que no comas, que es más o menos llevadero o soportable, es que vas viendo como se te va yendo la fuerza poco a poco. La gente se preocupa por ti, y en lugar de ayudarte te lo pone todo aún más difícil si cabe: pretende que comas, cuando tú ya lo intentaste otras veces y conoces el resultado, y esa insistencia en algo que sabes que te va a hacer daño te altera más todavía.

El hambre, por su parte, es muy traicionero y se mueve en una especie de círculo vicioso. Te sientes mal y no puedes comer. Después, por el mismo hambre notas un malestar en el estómago, pero temes que si comes algo te vayas a poner aún peor y no lo haces. Te sientes algo mejor, porque cuando pasan las primeras horas sin haber comido, cuando pasa ese dolor que el propio hambre te provoca, tu estómago te da una tregua... Pero cuando pasa la situación estresante, o durante ella cuando no puedes pasar ya más sin probar bocado, te das cuenta de la traición: cuanto más tiempo llevas sin comer más difícil es volver a hacerlo. Una vez me costó Dios y ayuda dar dos mordiscos a una pasta de té... y me fue imposible terminarla. Tenía el estómago casi cerrado por completo después de cuatro días sin comida ni bebida.

Afortunadamente, se lleva mejor cuando te acostumbras. Lo que te pone nerviosa te pone menos nerviosa y cuando ves que tu estómago va cerrarse le obligas a comer y te puedes concentrar para que lo que acabas de ingerir no salga de tu cuerpo inmediatamente. No es fácil, y al menos yo, aún no lo domino... pero no me puedo quejar si recuerdo cómo era antes. Lo que más ayuda es, creo, que los que están a tu alrededor te entiendan y no te "obliguen" a comer, ni te miren como a un bicho raro si todos terminan sus cenas y tu plato aún sigue lleno o apenas diste dos bocados.

Tengo eso que la gente llama "nervios en el estómago". Pero no podrán conmigo.