Hay momentos que no quiero que se me olviden, como ése de ayer... El pasillo vacío, él vacilando al recorrerlo. No espero que me dedique más que un gesto salutatorio con la cabeza, pero contradiciendo mis expectativas, me empieza a hablar y se sienta a mi lado. Viene gente y va, pero él me sigue hablando. En ese momento me doy cuenta de que ésa es la conversación más larga que nunca hemos tenido, y también caigo en que es probable que no le vuelva a ver. Al menos no en mucho tiempo...
Me fijo en sus ojos. ¿Qué edad tendrá? Parece mayor, pero si acaso es así, su piel no le delata. No tiene ni una sola arruga, así que no creo que pase de los treinta por mucho que a mí me lo parezca por su actitud. Parece nervioso, porque a pesar de lo tranquilo que se le ve siempre, hoy habla especialmente deprisa. Y también dice muchas cosas.
Me tengo que ir. Me da pena hacerlo, porque por unos instantes tengo la sensación de haber perdido todos esos meses. Esos en los que podría haber tenido mil conversaciones como ésa. Se despide hasta el jueves... pero yo no tengo ánimo de decirle que ese día yo ya no estaré. Supongo que ya se dará cuenta. O quizás por haber hecho de ese momento sólo uno no lo haga.