sábado, 19 de septiembre de 2009

Amnesia

Hay muchas teorías que intentan explicar lo que los psicólogos llaman amnesias funcionales. Son aquellas en las que no se encuentra una base biológica subyacente y, por tanto, el foco de investigación se centra en los factores psicológicos.

Si bien no se han encontrado explicaciones completamente contrastadas ni satisfactorias, a pesar de que muchos investigadores se vayan acercando cada vez más en sus hipótesis y teorías al fenómeno que tratan de desgranar, algo que sí parece ser más que evidente es que memoria y emoción suelen ir unidas en este tipo de amnesia.

La fuga o la amnesia psicógenas, la personalidad disociativa, la disociación de los pacientes con estrés postraumático de los flashbacks que tienen sobre los acontecimientos que desencadenaron su trastorno... En todos ellos el olvido se produce precedido de una fuerte emoción, casi siempre negativa.

De todos modos, no sólo se han hecho investigaciones sobre el olvido que podríamos llamar patológico que presentan todos esos pacientes, sino también sobre el olvido normal. Y, aun así, aunque uno no desarrolle un trastorno (entendiendo como tal una entidad patológica que interfiere negativamente en la vida del paciente, y que le hace sufrir a él o a quienes tiene alrededor) puede experimentar ese tipo de amnesia, asociado a épocas de su vida especialmente estresantes, desagradables o que, simplemente y como finalmente sucede, preferiría olvidar.

A veces uno tiene lagunas, y no del tipo atencional, en el que uno sencillamente no registró lo que sucedía a su alrededor por ser irrelevante o por estar distraído, sino de memoria. Algún mes de algún año puede ser imposible de recordar. Ves fotografías de aquel entonces y sabes que estabas tan viva como lo estás ahora. Lees algo que escribiste y te reconoces, pero cuando tratas de recuperar esa información por ti misma no eres capaz. Y esas rachas que luego olvidamos van, casualmente, detrás de algo que por una u otra cosa nos impactó. Al menos, en mi caso, no olvido lo que me hizo daño, sino el tiempo que estuve sufriendo después. El hecho es vívido... pero lo que le siguió después se esfuma.

Supongo que no a todo el mundo le ocurre eso, bien porque sea algún tipo de mecanismo que no todos desarrollamos, porque no todos procesamos de igual manera los sucesos emocionales o bien porque simplemente no todos tenemos sucesos en nuestras vidas lo suficientemente desagradables... Pero no deja de ser curioso que el ser humano, o al menos algunos, funcionemos de esa manera.

En mi caso, me gusta pensar que es un extraño mecanismo de defensa que aísla el sufrimiento de cosas que apenas lo merecían, para que su recuerdo no me atormente y me impida volver a intentar lo que me proponga. Ya sé que caerse duele, pero ese dolor se irá. La satisfacción de haber sido capaz de intentar dar un salto imposible, arriesgándome a caerme y a salir airosa a partes iguales, aun aunque fracase, no se va. Nunca se va.