jueves, 17 de septiembre de 2009

Te conozco

Conocer mucho a alguien es como un arma de doble filo. Por un lado es agradable la sensación de que con esa persona puedes estar segura. Es como si incluso cuando hace algo a lo que no te tiene acostumbrada, fueses capaz de prever qué paso va a dar después. Por eso, aun cuando te coge por sorpresa, puedes estar tranquila. Es confianza pero un paso más allá: no sólo confías en lo que ves, sino también en lo que te ocultan... Algo te dice que todo debe ir en una misma dirección, y cuando lo descubres realmente es así.

En el otro lado, en el más oscuro, tenemos por ejemplo que la confianza misma puede acabar dando asco. Cuando alguien te dice algo desagradable y le conoces bien, sabes si debes o no ofenderte y si realmente quería hacerte daño con lo que te dijo, pero eso no quita que muchas veces nos hieran e hiramos a los demás sin querer, y que en esos momentos nos volvamos tan vulnerables que empecemos a dudar de nuestra propia confianza y de si debemos seguir haciéndole caso.

También es horrible cuando acabas harta del otro, o el otro de ti. Incluso cuando os agotáis mutuamente y os estancáis en un punto de donde no parece posible que os podáis mover o, peor aún, del que sólo parecéis poder salir yendo hacia atrás.

O esas veces en que la rutina pesa tanto que necesitas huir de alguien a quien quieres y sientes esa detestable impotencia de los sentimientos de ambivalencia: es odioso querer algo y querer correr también en la dirección contraria.

Parece que haya más partes negativas que positivas en eso de conocerse bien, pero para mí las positivas pesan bastante más. Aun a veces, cuando crees que has llegado a odiar a alguien a quien antes adorabas, te terminas dando cuenta de que sin esa persona tú no eres tú. Te falta algo, aunque a veces también te haga daño... Pero es tanto el alivio que sientes cuando regresas a su lado, que en ese momento y en los demás de felicidad, sientes que te compensa cualquier otro, por muy desgraciada que llegue a hacerte sentir. Eso es pasajero; lo otro se queda grabado y, con según quién, borrarlo es imposible.