domingo, 17 de enero de 2010

Comer en público

Algo tan tonto como eso para algunos se hace un mundo. Supongo que hay determinadas cosas que una gente considera más privadas que otra, y puede que comer sea una de ellas. No sé si será cuestión de pudor o de costumbres, pero algunos sólo nos sentimos realmente cómodos comiendo en nuestras casas y con nuestra familia. Aunque me parece que, aun habiendo gente que lo hace con una mayor facilidad, a bastantes les cuesta un poco hacerlo en público.

Me hace gracia la forma tan despreocupada en que cualquiera come en su casa, y lo detallista que se vuelve uno fuera. Una estupidez como mancharse la comisura de los labios o que se caiga un poco de comida de la boca, puede hacer sentir fatal cuando hay gente delante a la que no se está acostumbrado. Y lo mejor es que, en la tranquilidad de casa, esas cosas no suceden precisamente porque no les prestamos atención, o de ocurrir, las solucionamos con bastante más gracia y más naturalidad, y por eso mismo no les damos importancia.

Con el tiempo todo el mundo se dice que es absurdo avergonzarse por algo que cualquiera sabe que hace y le sucede a todo el mundo, pero siempre queda esa cosilla. Nadie se va a escandalizar por la forma en que comen los demás (o al menos nadie debería), a menos que sea un auténtico cerdo en la mesa, y me parece que no es lo más frecuente.

Quizás es que, como diría algún psicoanalista, proyectamos. Si, por ejemplo, a ti te da grima ver a otro comer, te desagrada la idea de ser tú el que provoque eso en los demás. De ahí la ansiedad de comer en público. O tal vez no sea eso y sólo se trate de esa absurda vergüenza que muchas cosas naturales, como que nos hablen las tripas por ejemplo, nos provocan. Pero lo cierto es que muchas veces nosotros mismos somos nuestro peor juez, y a veces nos preocupamos precipitadamente por los juicios que nos puedan hacer otros, cuando esos otros muchas veces ni siquiera se habían preocupado de lo que estuviésemos haciendo. O sí que se preocuparon, pero en vez de condenar nuestra normalidad la aplaudieron, que al fin y al cabo es lo que debería hacer cualquiera.

Por eso... Comamos. Con educación o como gorrinos, pero sin incomodar a los que tengamos alrededor ni sintiéndonos mal nosotros por su culpa tampoco.