Es increíble de qué manera puede, una simple decisión, cambiar el curso de los acontecimientos. Normalmente lo que marca la diferencia es hacer o no algo: tenemos que elegir entre dos opciones, y una implica actuar y la otra -la más fácil y puede que por ello, me temo, la más frecuente- no hacerlo, dejar las cosas como están. Pero las cosas, por mucho que nosotros no las toquemos, no se suelen quedar siempre igual, y quizás es mejor adelantarnos a los acontecimientos.
No sé si será casualidad, falta de sueño o exceso de imaginación, pero ahora mismo todas las situaciones que me vienen a la cabeza, tendrían un buen resultado actuando y uno malo (o no tan bueno) no haciendo nada. Quizás por eso se suele decir que más vale arrepentirse de lo que uno ha hecho, llegado el caso, a hacerlo de lo que no se llegó a hacer.
La verdad es que luego la conciencia, al menos a mí, no me deja tranquila. Aun sabiendo que no siempre hay garantías de que el resultado final se hubiese visto afectado por mis decisiones, me suelo maldecir cuando pudiendo haber hecho algo decido no hacerlo. Y eso que no es igual decidirlo porque no quieres o no te apetece que porque piensas, sencillamente, que no es necesario... Pero eso a mi conciencia no le importa. Ella me persigue cada vez que me quedo quieta... así que, supongo, tendré que actuar más de vez en cuando.