Como en una noche sin estrellas. Si quieres verlas te tienes que alejar, porque en la ciudad el brillo de las luces artificiales las hace invisibles. Pero te vayas o no lo hagas ellas siguen ahí arriba, observándote. Mirando cómo titubeas y vacilas, preguntándose si harás un esfuerzo por alcanzarlas a ver o si cerraras los ojos y las volverás más invisibles todavía. Si las relegarás a algún sitio donde ni siquiera puedan brillar a escondidas como en la ciudad.
No se mueven, las mueves tú. En tu lista de prioridades sólo tú decides qué te importa más, aunque los motivos ni siquiera los entiendas tú. Tienes tiempo; tienes toda la noche, pero cuando ésta se acabe y salga el sol os deslumbrará a ti y a ellas y ninguno podrá ver al otro. Tendrás que esperar un día entero hasta poderte preguntar de nuevo qué quieres. Qué es lo que deseas.
Si tardas mucho en decidirlo, puede ser que esas estrellas se apaguen. Habrá otras, irán y vendrán, pero nunca serán las mismas... y volverás a sentirte igual, como en una noche sin estrellas. Como en una noche sin tus estrellas... Y entonces dará igual lo que corras, cómo ordenes esa lista o qué sea lo que más desees: ahora las noches se te harán eternas.