¿Cuánto quieres a alguien? ¿Cuánto te importa? ¿Acaso todo se puede medir o se puede contar hasta obtener una medida exacta que satisfaga estas cuestiones? Aquí la respuesta se obvia por obvia... pero creo que no para todos es igual de evidente.
A mí me gusta medir. Me gustan las pruebas objetivas, las que son capaces de contestar a mis preguntas con exactitud, pero entiendo que no siempre hacemos -o nos hacen- preguntas que se pueden responder con un número, con una cantidad.
Supongo que por eso una de las batallas más clásicas se lleva librando siglos entre los que exigen una demostración de todas las cosas y los que sólo aceptan lo que creen que deben escudándose únicamente en la fe.
Pues ni todo es ciencia, ni todo es creer. Al menos aquí y ahora, en el punto en que nos encontramos. Se pueden explicar muchas cosas, cada vez más. Podemos medirlas, repetir esas medidas, y obtener los mismos resultados constantemente, pero, no sé si porque no se puede o simplemente porque nosotros aún no podemos, hay cosas que se escapan al conocimiento objetivo, incluso a la lógica o a la razón, y es ahí donde tiene cabida la fe.
Preguntas como las del primer párrafo no se responden solamente observando conductas que creemos que representan correctamente los sentimientos de una persona. En ese improbable -o no- experimento, hay un montón de variables extrañas que lo invalidarían: nadie quiere de la misma manera y, además, no todo el mundo es capaz de ponerlo de manifiesto, por poner un par de ejemplos.
Supongo que por eso hay gente a la que quiero sin querer, y otros a los que no, por mucho que quiera... Que nadie me pregunte cuánto ni por qué, ni cuánto menos o por qué no... porque posiblemente no sea capaz de responder. Y entiendo que si eso me pasa a mí, puede ser que le ocurra también a los demás.