Hay ciertas cosas que todo el mundo sabe pero nadie dice. Y está bien que nadie lo haga, porque de algún modo, mientras todos evitan pronunciar una palabra sobre el tema, uno puede fantasear con la idea de que no es cierto. Puede imaginar, aun a sabiendas de que se está engañando, que tal vez se haya equivocado, y que todo será de otra forma y no del modo en que todo parece indicar que va a ser.
Todo eso lo sé. Lo sabemos, pero no es necesario decirlo en alto. No hace falta sesgar de esa manera la ilusión de que nadie más se haya dado cuenta de lo evidente, que lo hace menos obvio y, en el mejor de los casos, incluso improbable.
A veces hay que mentirse un poco. En parte, en eso consiste el optimismo: en mirar sólo al lado positivo de las cosas... aunque el negativo esté a punto de cubrirlo casi todo, porque en realidad no es mentir, sino confiar. Confiar en que, por pequeñas que sean las posibilidades de que una situación que pinta fatal acabe dando en un buen resultado, puede suceder. Eso que quizás de otra manera no haríamos.
Hay ocasiones en que es mejor quedarse callado. Observar y callar, porque hasta que las cosas que no queremos que lleguen llegan, siempre existe la esperanza de que se retrasen un poco más. Y siempre pueden hacerlo. Pueden, de hecho, no llegar jamás... Así que cállate, por favor. Cállate, porque aún no ha pasado nada. Y con un poco de suerte, tampoco va a pasar.