A menudo oigo a la gente decir que la libertad no existe, porque uno siempre tiene ciertas obligaciones ineludibles que, de un modo u otro, le atan a algo. Y es verdad que eso ocurre, pero creo que lo que no lo es es que eso sea incompatible con ser libre, porque entre otras cosas uno es, de hecho, libre de comulgar o no con la sociedad en la que vive, y si la mayoría decide seguir sus reglas o al menos parte de ellas es por mera comodidad, no por imposibilidad real.
Aun y así, estando inmersos en una comunidad, también gozamos de más libertad de la que muchos creen, al menos en el mundo occidental, en el que las oportunidades se nos pasean por delante como modelos sobre la pasarela, esperando -o no- a que nos decidamos por alguna.
Una libertad más primitiva es la que, al menos yo, siento cuando vuelo "a mi manera", o a la manera en que el hombre en general puede volar. Encerrada en un avión, qué paradoja. O con el vaivén de una atracción de feria que me aparta el pelo de la cara y me la enfría con el mismo aire que, según se mire, también puede ser susceptible de coartar mi libertad: el que necesito para estar viva.
Supongo que la diferencia entre los que nos llegamos a sentir libres en esta vida y los que no bien podría ser ésa: unos necesitan vivir; otros, sentirse vivos. Todos somos libres, en última instancia, de escoger cómo llegar a eso último.