No nos damos cuenta, pero continuamente se le pone precio a la amistad. Más concretamente, los amigos se ponen precios entre sí.
Cuando le retiras a uno la palabra por orgullo, lo estás vendiendo por él. Tu orgullo vale más que tu amigo. O cuando un amigo deja de quedar contigo porque se echó una nueva novia y ahora tú ya no le interesas hasta que lo deje con ella. Te ha vendido por ella, aunque ojo, no te ofendas demasiado: no descarta volver a adquirirte. Cuando mientes a un amigo que confiaba en ti le pones precio a su confianza. Eso devalúa considerablemente el valor que le das a él.
Yo, en realidad, soy muy barata. Una vez me vendieron por setenta míseros euros. Entonces descubrí que aquello que suele decirse no sólo era cierto, sino que su aplicación era totalmente literal: los amigos, los de verdad, no tienen precio. Y además tampoco te lo pondrán a ti.