Enfrentarse a los sueños es bastante complicado. Mientras no se intentan, siempre se puede uno escudar en la falta de oportunidades para explicar no haberlos cumplido. Por eso es frecuente tenerlos delante y no enfrentarse a ellos, por mucho que se desee.
Y es que el miedo a intentarlo y no conseguirlo es casi tan grande como las ansias por verlo realizado, y además solemos intuir que un fracaso arrasaría con lo que durante tanto tiempo, si no toda nuestra vida, ha sido uno de los ejes de nuestra existencia.
Pero no es verdad. En realidad casi vale más un fracaso que un éxito a la primera, porque sólo quien se equivoca puede aprender de sus errores, y aunque de ese modo sólo consiga ponerse a la altura del que siempre lo hizo bien, le llevará siempre cierta ventaja: ya estuvo abajo. Estuvo tan abajo, sabe tan bien cómo es y que puede volver a subir de nuevo, que ya no vive con la presión y la tensión de continuar siempre rayando la perfección y sin titubear.
Fracasar relaja, y le hace a uno más humilde... Recuerda que los dioses sólo están en los cielos, o en los corazones de quienes creen en ellos. Muchos triunfadores parece que eso no lo saben, y por eso a veces cuando caen ya no saben levantarse. Los sueños de uno, cuando son de verdad y se desean como a nada, no desaparecen con un simple resbalón. Sin embargo, una vez cristalizados, se vuelven mucho más frágiles.
Pero tampoco quienes tienen éxito deben preocuparse, porque esto lo escribe alguien que fracasó alguna vez y que necesita de algún modo creer en algo que la consuele y que consuele a los que son como ella. Y no le importa; es el primer paso para volar y triunfar.