Qué distinto es leer algo que te gusta y por tu propia voluntad que leer algo que te aburre y por obligación. Cuando terminas con una lectura que has disfrutado tienes la sensación de que haya pasado un montón de tiempo, pues tu cabeza está llena de información nueva que de otro modo no te parece que se hubiera podido meter allí, pero cuando miras el reloj, el tiempo apenas ha acariciado sus manijas y en realidad es más temprano de lo que imaginabas. Sin embargo, cuando el tedio lee por nosotros, lo hace tan despacio que da la sensación de que tan poca cosa se deba haber leído en apenas un instante. Pero el minutero no dice lo mismo, pues ha pasado varias veces ya por el mismo punto y lo que creíamos unos minutos han resultado ser unas cuantas horas.
Por eso la lectura que no se disfruta suele resultar una pérdida de tiempo, ya que se emplea en ella mucho más tiempo del que debiera ser necesario y porque además lo leído se desvanece con una extraordinaria facilidad. Pero el problema es que muchas veces nos vemos en la situación de tener que leer algo que detestamos y de tener el tiempo contado.
Tal vez exista alguna fórmula para leer igual de rápido lo ameno y lo desagradable, o una para modificar el interés que nos suscita cada texto. Pero desde luego que si esas fórmulas existen, yo no las conozco.