Más de una vez me he dado cuenta de que tenía una herida porque he visto sangre en alguna parte y después he caído en que era mía. Lo más curioso es que, muchas veces, no me dolía hasta que la vi y supe que estaba ahí. Supongo que le habrá ocurrido a mucha gente, pero desde luego que lo que sí que nos sucede a muchos es eso mismo en un sentido no literal.
A veces no te das cuenta de cuánto te afecta algo hasta que no ves el daño que te hace todo lo que sale de ahí. Por ejemplo, te enteras de que un amigo se echó novia y no puedes dormir pensando en ello. Sientes esa punzada en el pecho que dan todas las cosas que a uno no le gustan en absoluto. Pero, ¿por qué? Pues porque ese chico te gusta, pero tú ni siquiera te habías dado cuenta. O no te fijas en cuánto te importaba alguien hasta que no lo pierdes o se va.
Me hace gracia, porque muchas veces las heridas más profundas son las que más fácilmente nos pasan desapercibidas. Somos capaces de quejarnos de cientos de cosas al cabo del día y sin embargo lo que más nos hiere no lo sabemos ni nosotros mismos.