viernes, 12 de febrero de 2010

La peluquería

El ambiente de las peluquerías, en general, a veces me hace gracia y otras veces menos, pero aunque no suelo participar de él sí que suelo observarlo.

Hace seis años que voy a la misma, y es una peluquería moderna que llevan unas chicas jóvenes. Antes de ir a ésa, fui a unas cuantas más, tanto de mi barrio, como de otros y de otras ciudades. En general vi en todas la misma tónica.

Hay revistas para que una pueda leer mientras espera a ser atendida, pero curiosamente casi todas son del corazón. También hay algunas sobre peluquería o con fotos de peinados, pero eso creo que es normal en ese sitio... No tanto así las revistas del corazón. Me parece un poco triste que se asocie el sexo femenino (porque aunque estas peluquerías son unisex, el 95% de la clientela es mujer) tanto a ese género que a mí particularmente no es que me produzca urticaria, pero no me gusta demasiado. Supongo que habrá muchas mujeres a las que les guste leerlas, pero estoy segura -o al menos espero- que tantas otras las aborrecerán y preferirían otro tipo de revista. En vez de tener cinco o diez revistas de prensa rosa, deberían tener varias de temas diferentes: decoración, videojuegos, bricolaje, motociclismo...

Otra cosa que me llama poderosamente la atención es el trato entre las clientas y las peluqueras. Muchas se hablan como si se conocieran de toda la vida, y lo entiendo, porque las hay que cada semana van a la peluquería aunque sea sólo para peinarse, pero hasta cuando sabes que la clienta es nueva (por ejemplo cuando la peluquería a la que voy ahora estaba empezando), las mujeres se toman una confianza increíble con las peluqueras, casi como si por ser peluqueras tuvieran que ser a la vez sus confidentes. Ellas no parecen incómodas con eso, pero no sé hasta qué punto será sólo fachada o realmente disfrutan con ello. Supongo que dependerá de la peluquera y de la clienta: unas serán más sociables que otras y unas les caerán mejor que otras.

Cuando voy a la peluquería nunca suelo coger una revista, y las pocas veces que lo hago tomo una de esas para ver las fotografías de los peinados. La mayoría son horripilantes y no se los pondría ni a un dibujo improvisado en un día de mucho aburrimiento, pero me gusta mirarlos. Y a las modelos, sus ojos, sus posturas, su piel, sus caras... O si no miro y oigo a las demás personas a mi alrededor, lo que pasa en la calle o hablo con alguien si voy acompañada. Sí, porque tampoco hablo con las peluqueras mientras trabajan conmigo, por mi escasa habilidad (ya más a propósito que natural) para dar conversación a desconocidos y también porque a veces creo que pueden estar hartas de tener que hablar durante todo el día por obligación y escuchar la vida y obra (o más bien cotilleos y penas) de todo bicho que les entre por la puerta.

No sé si las raras son ellas o si la rara soy yo. Para mí, cómo no, lo son ellas. Supongo que para ellas lo debo ser yo, pero no me importa. A mí me gusta así.