miércoles, 24 de febrero de 2010

No tener el día

Hay momentos de la vida en los que uno está más sensible, y ni siquiera de la vida, ya que cualquier día puede ser bueno para que nuestros sentimientos se encuentren, sin nosotros esperarlo siquiera, a flor de piel. Es en esos momentos, o en esos días, en los que el resto de la gente importa más. No tanto ellos, que eso es algo más o menos constante, nos guste más o menos, como cada cosa que nos digan.

Normalmente uno puede o debería poder con cualquier cosa. ¿Que vas por la calle y un desconocido te insulta? Pues le contestas más o menos con la misma simpatía y sigues tu camino tan tranquilo. ¿Que tu mejor amigo tiene ganas de discutir? Pues tratas de calmarle o de hacerle entrar en razón, y si no se le pasa hoy ya se le pasará mañana, o pasado, o cuando sea. ¿Que te tiras un rato preparando la comida y cuando preguntas te dicen que te salió fatal? Pues te ríes, preguntas qué encontraron mal y tratas de remediarlo al día siguiente. Pero esos momentos, o esos días, escapan a la normalidad, o mejor dicho, nosotros no estamos como siempre, y todo eso que otro día podría darnos lo mismo e incluso hacernos reír, puede pasar entonces a sentarnos mal y a hacernos llorar. Además de eso, lo mismo, exactamente lo mismo, les puede pasar a los demás.

Muchas veces uno no tiene cuidado con lo que dice o con cómo lo hace. Da por hecho que sus bromas van a caer bien, que los demás encajarán como siempre sus comentarios o que lo que le importan los demás estará tan claro como de costumbre. Y no. Igual que a veces uno puede no tener el día puede no tenerlo otro. Quizás la conversación más suave pueda parecerle al otro repleta de aristas. Por eso lo suyo es, no ya tener siempre cuidado con lo que se dice, porque sería bastante cansino y nos haría perder espontaneidad, pero sí intentar captar cuándo la persona que tenemos al lado ha recibido lo que siempre le damos de forma diferente.

Igualmente, cuando somos nosotros los que nos vemos en ese estado deberíamos hacérselo saber a los demás, porque al igual que nosotros, ellos tampoco son adivinos. Y aunque sea triste es también cotidiano: muchas amistades se han roto simplemente por no tener el día, así que es mejor cuidar lo que se tiene, porque por una cosa tan sencilla se puede perder también el resto de los días con alguien a quien queríamos.