Hay quien se empeña en acelerar procesos que, por su naturaleza, deben ir despacio. El amor no nace en tres semanas. No se hacen amigos en dos días. Conocer a una persona y establecer según qué tipo de relación con ellas lleva su tiempo, por mucho que a algunos no les guste esperar. Y tampoco entiendo por qué, ya que a mí personalmente me encanta el proceso de ir descubriendo poco a poco los entresijos de alguien que me resulta interesante.
Es bonito también echar la vista atrás cuando ha pasado un tiempo y ver cómo fue creciendo lo que tenías con alguna persona. Cómo fue evolucionando hasta lo que es ahora. Con más de dos y tres personas me ha pasado que al principio les tenía una manía horrible, algo cercano o parecido al odio, y después la vida, el destino, nosotros mismos o vete a saber qué, fuimos dando un giro a aquello hasta hacernos inseparables. Bueno, inseparables no debería ser la palabra que utilizase, pero bien podría ser cercanos, porque aunque haya distancia física o de otro tipo de por medio siguen conmigo de alguna manera.
En fin... Precipitarse en pocas ocasiones sale bien. No se puede empezar una casa por el tejado y pretender que salga adelante. Hay que exponerse a quedarse por la mitad o a no acabarla nunca. Al menos yo prefiero una casita modesta a un montón de escombros y dos personas insistiendo en vivir encima de ellos.