El príncipe trató de disculparse, pero era demasiado tarde, pues ella ya había visto que en su corazón no había amor, y como castigo lo transformó en una horrible bestia, y lanzó un poderoso hechizo sobre el castillo y sobre todos los que allí vivían. Avergonzado por su aspecto, el monstruo se encerró en el interior de su castillo, con un espejo mágico como única ventana al mundo exterior. La rosa que ella le había ofrecido era en realidad una rosa encantada que seguiría fresca hasta que el cumpliera veintiún años. Si era capaz de amar a una mujer y ganarse a cambio su amor antes de que cayera el último pétalo, entonces, se desharía el hechizo. Si no, permanecería condenado a seguir siendo una bestia para siempre.
Al pasar los años, comenzó a impacientarse, y perdió toda esperanza, pues... ¿quién iba a ser capaz de amar... a una bestia?
La Bella y la Bestia, Prólogo