Hay gente que siempre está a tu lado, pero a otros, o incluso a esos, a veces sólo se les presta la atención que merecen de manera cíclica. Un día tiene apenas veinticuatro horas, una semana siete días, un mes cerca de treinta, y un año trescientos sesenta y cinco. Incluso para gente como yo, con amigos y conocidos contados que me merezcan la pena y a los que les quiera dedicar parte de mi tiempo, todo eso es poco para poder estar con cada uno como debería.
A veces pienso que tendría pasar más tiempo con uno, y cuando trato de hacerlo hago malabares para no dejar de pasarlo con otro. O pienso que estaría bien hacer las paces con éste o con aquél, pero un día por esto y otro por aquello nunca lo hago o tardo en hacerlo. Nuestro cerebro tiene una capacidad sorprendente y descomunal, pero aun así sigue sin ser suficiente.
Tenemos un montón de preocupaciones, sean importantes o banales, y mil asuntos y personas rondando siempre por nuestra cabeza. De todos modos hay ciertas personas o ciertos asuntos que, aunque por tiempo o espacio aparquemos de vez en cuando, siguen siempre ahí. Pero me angustia pensar que si tiene que sucederle algo a alguien le ocurra en una de esas fases del ciclo en que, por lo que sea, estamos más distanciados. Si eso pasa sé que me sentiré culpable, lo sea o no... pero guardar el equilibrio es muy complicado por mucho que uno lo intente.
Puestos a priorizar, dadas las limitaciones ya expuestas, trataré de hacerlo con quien al menos se preocupa por asomar la cabeza para ver dónde estoy. Los que han dejado de tenerme en cuenta tendrán que esperar... tal vez indefinidamente.