A veces utilizamos tanto los sentidos que olvidamos cuántos tenemos y cómo se siente cada uno. Hasta que te obligan a prescindir de uno. Entonces, de pronto, parece como si se convirtiera en el más importante de todos. Lo malo es que, a veces, no te despojan de uno nada más...
Primero ves... Y te alegras. Disfrutas, analizas cada detalle, lo grabas todo en tu memoria y rezas para ser después capaz de reproducirlo cuando ya no esté. Poco más tarde te das cuenta de que necesitas algo más, y entonces oyes. Lo haces hasta que memorizas cada sonido, cada palabra... Y vuelve todo eso a quedarse corto. Más... Quieres tocar. Aunque te cueste un mundo, haces que tu mano llegue a donde antes sólo alcanzabas a oír. Ya puedes tocar... Labios, manos, cabellos. El tacto tiene la gran ventaja de que rompe las barreras del olfato. Tan cerca como para poder tocar, también eres capaz de oler. Pero cuando has recorrido toda la geografía de aquello que te quitaba el sueño, cuando te has emborrachado con su perfume, vuelves a notarlo. Quieres más. Aún un poquito más... Gusto.
Supongo que por eso mucha gente juega a quitarse algún sentido durante un momento... Para que su presencia no les impida disfrutar debidamente del resto. Y para echarlo de menos un rato y volver a valorarlo como se merece después.