Algo que caracteriza a los cursos escolares es que tienen una duración apenas variable, y por tanto, todo el mundo sabe más o menos cuando empiezan y cuando terminan. Es curioso ver en junio a todos despedirse apenados porque no se volverán a ver hasta septiembre... porque lo cierto es que no suele haber ninguna razón para que eso suceda, a menos que alguien se vaya tres meses de vacaciones o por ahí, que tampoco es tan común.
Pues bien, al menos dentro de esa hipocresía de esperar a septiembre básicamente porque a uno le da la gana, el que deja de ver a los demás no por falta de ganas sino por haber observado pocas en ellos, tiene una fecha en la que todo volverá a la normalidad. La rutina se romperá durante unos meses, pero se tiene la certeza de que se restablecerá, y no tarde ni temprano sino en septiembre, sí o sí.
Sin embargo otra suerte de despedidas traen consigo una mayor incertidumbre. No todo funciona como los cursos escolares, y es frustrante ser incapaz de adivinar si lo que ya estamos echando de menos antes de que termine volverá o, de hacerlo, cuándo.
Es andar dando palos de ciego y con un permanente miedo a tropezar... pero es lo que hay, porque si te paras no te caes, pero tampoco avanzas nada, así que más vale arriesgarse a seguir hacia delante. Y nos veremos en septiembre. O en octubre o cuando sea, pero yo acudiré a la cita.