Había una fiesta. Y el anfitrión eras tú. Pero era todo un poco extraño, porque estaban él y sus amigos, y a ti no te gusta ninguno. Sin embargo ellos parecían encantados y lo estaban pasando genial, y por alguna razón yo sabía que no te molestaba su presencia. Mientras, tú estabas tumbado boca abajo, medio inerte, sobre un chaise lounge de tela roja en medio del salón, con un pantalón negro y una camisa blanca -cómo no- que llevabas medio sacada por fuera. Después de la fiesta nos íbamos todos, dejándote allí solo. A medida que íbamos alejándonos de tu casa pude ver cómo estaba configurada: se encontraba en una pequeña península apenas conectada con la tierra que ocupaba casi por completo, rodeada de agua por todas partes excepto por el oeste. Las paredes eran completamente de cristal, y podía verte allí tumbado todavía aun de lejos. El mar parecía agitado y sobre tu casa se estaba desatando una tormenta. Curioso, ¿verdad?
No sé qué me pasa, pero a veces tengo la sensación de que te oigo gritar. Como no sé si cada vez que siento que tiras de la cuerda que nos une es que realmente lo estás haciendo, no me atrevo a preguntarte. Ya sabes cómo eres... De todos modos, supongo que no es nada nuevo. Mi consejo tampoco: antes de empezar a romperlo todo, piensa bien si de verdad quieres verlo roto... porque quizás algún día ya no puedas volver a juntar de nuevo todos los pedazos, y tal vez, más adelante, te acabes arrepintiendo. Ánimo. Y cambia esa cara, porque si lees esto es que ya sabes lo que toca.