Cuando uno anhela encontrar una salida y se ve rodeado de muros cada vez más altos, cuando busca respuestas y sólo obtiene evasivas, cuando trata de olvidar y los recuerdos le roban hasta el olvido, o cuando intenta ser feliz y las lágrimas borran su sonrisa, antes o después, puede sucumbir ante la desesperación. Muchas personas, llevadas por ella, buscan todos los métodos que son capaces de imaginar para hacerla desaparecer junto con todo aquello que la desencadenó. Uno de esos métodos es que les muestren la verdad en un puñado de cartas.
No puedo culpar a una persona que está desesperada por acudir a cualquier sitio que le ofrezca una pizca de esperanza, pero sí detesto que haya gente que, con la sangre fría, se aproveche de su pésima situación para hacer dinero.
Tan imposible es aseverar que el destino no pueden enseñárnoslo unas cartas, runas, o lo que se quiera, como lo contrario. Como aquello que tanta gente vende insistentemente como verdades absolutas. De lo que no me cabe ninguna duda es de que, si acaso fuese cierto que las dotes adivinatorias existen en realidad, prácticamente ninguno de los que dicen poseerlas lo hace en realidad.
¿Cómo se puede ser tan miserable? ¿Cómo se puede alguien burlar de tal manera de lo que sienten y sufren los demás? Yo no me lo explico... La ética y la moral parecen ser las grandes desconocidas de toda esa gente que hace eso. Y es una pena, porque desde luego que sus cartas no se las van a enseñar.