miércoles, 3 de diciembre de 2008

Memoria y muerte

¿No te pasa que, a veces, te viene un recuerdo de tu infancia que creías enterrado? ¿No recorres como a cámara rápida toda tu vida y sientes que hay tantas cosas en tu cabeza que algún día no cabrá ninguna más?

A veces me pregunto si no nos morimos por eso, porque tantos recuerdos nos desbordan. Porque no se puede vivir con tanto a las espaldas, ya que si a mí me parece que mi carga es inconmensurable y ni siquiera llegué a la treintena, no quiero ni pensar qué le parecerá a una persona de noventa años.

Pero suena ridículo, morirse por eso... ¿Es que acaso no lo es morirse en sí? Hasta vivir lo es... porque aún ninguno de nosotros sabe por qué lo hace y, sin embargo, no queremos dejar de hacerlo. Bien pensado es un sinsentido. Uno de los que me gustan. Un "porque sí, y punto".

Quizás ni siquiera muramos... Tal vez sea nuestra memoria la que nos mata, presa de la desesperación, o de la rabia, o del dolor, o de la culpa... que nosotros mismos, un día, la hicimos llevar consigo. Así que, a lo mejor, somos nosotros los que nos acabamos matando solos, con un montón de recuerdos como único arma.