viernes, 19 de diciembre de 2008

Preocupaciones

Qué feliz se siente uno cuando sabe que lo que le preocupa es, en realidad, algo absurdo. Bien porque no tenga muchas probabilidades de suceder o bien porque, de ocurrir, no sería nada grave. Pero cómo cambia la cosa cuando sabes que tus preocupaciones se asientan sobre una base real y plausible...

De forma casi automática buscas, en el mejor de los casos, mil alternativas posibles para descartar o alejar un poco la que temes. En el peor es como una pesadilla. Sigues respirando, pero sientes que te falta el aire. Tu corazón aún late, pero te sientes como si palpitase cada vez con menos fuerza. Y, si consigues conciliar el sueño y escapar por un momento de lo que se te avecina, sientes un gran pesar cuando te despiertas. Es como si te hubiesen golpeado fuertemente en la cabeza y estuvieras a punto de perder el sentido, pero en lugar de un arma contundente, lo que te golpeó fue la cruda realidad.

Por suerte, la mayor parte del tiempo tenemos sólo preocupaciones de esas banales a las que dedicamos varios minutos cada día -o incluso horas- hasta con gusto. Ésa es la razón de que deteste que alguna gente trate de hacer pasar trivialidades por preocupaciones de las de verdad. Porque, como muchos, he tenido unas cuantas, y es en parte gracias a ellas que sé disfrutar de las demás.

Si hay un mañana y es juntos, no te preocupes. Si temes que no lo haya o que puedas perder a alguien por el camino... entonces puedes empezar a hacerlo.